6to grado

viernes, 31 de agosto de 2018

La gran inmigración en la Argentina agroexportadora


La inmigración masiva

Entre 1850 y 1914, la Argentina recibió más de 4.500.000 personas de Europa y del Cercano Oriente. Los inmigrantes aportaron la mano de obra necesaria para el modelo agroexportador.

El fomento de la inmigración
El territorio argentino estaba prácticamente deshabitado. Esto representaba un desafío para el país: contaba con vastos territorios fértiles, que le permitirían obtener productos para exportar y modernizar la nación, pero no tenía trabajadores suficientes para ponerlos a producir.
A fin de superar estos problemas, el Estado argentino tomó diferentes medidas para fomentar la inmigración. Durante sus gobiernos, Sarmiento y Avellaneda realizaron campañas de propaganda en Europa y ofrecieron facilidades a los inmigrantes, como el pago del pasaje. La ley de inmigrantes, por su parte, otorgaba facilidades en el acceso a la tierra a quienes decidieran instalarse en el país.
En esa época, los gobernantes fomentaron particularmente la inmigración de los habitantes del norte europeo, porque creían que traerían a nuestro país los conocimientos que habían generado durante la Revolución Industrial.
Sin embargo, la mayoría de los inmigrantes provinieron de los países mediterráneos, como España e Italia.
En una segunda etapa, muchos de los inmigrantes asentados en el país convocaron a sus parientes y a los vecinos de sus pueblos de origen. Se produjo, así, una inmigración espontánea.


Las compañías colonizadoras

Para organizar la inmigración, se formaron las compañías colonizadoras. El estado entregaba tierras a empresas, que luego las alquilaban o vendían a los inmigrantes. Sin embargo, muchas veces estas compañías se aprovechaban de la necesidad de los recién llegados. Por ejemplo, les prestaban dinero para comprar los pasajes y luego lo cobraban con intereses muy elevados.

También existían sociedades de beneficencia, como la Asociación para la Colonización judía. Estas sociedades sin fines de lucro fundaban colonias de inmigrantes.









El acceso a la tierra
En la Argentina, la tierra era abundante y más barata que en Europa. Por esta razón, los primeros inmigrantes consiguieron comprar tierras, sobre todo en las colonias de Santa Fe, del sur de Córdoba y del norte de Buenos Aires.
Hacia 1890, está situación cambió. La mayor parte del suelo fue acaparada por los grandes propietarios y el valor de la tierra aumentó. Esto impidió a muchos de los nuevos inmigrantes adquirir una parcela. Aparecieron entonces, otras formas de acceso a al tierra:
El ARRENDAMIENTO: los propietarios entregaban una parcela durante tres años. Al finalizar el contrato, los arrendatarios debían devolver el campo sembrado con alfalfa. Como los colonos no se instalaban mucho tiempo en el mismo lugar, generalmente vivían en ranchos precarios. La renta se pagaba con parte de la cosecha obtenida.
La MEDIERÍA. Los terratenientes cedían una parcela, semillas y herramientas a los inmigrantes. A cambio, estos debían entregar la mitad de su producción al propietario de la tierra.
Los inmigrantes que no lograban acceder a un terreno se empleaban como peones o jornaleros en los campos ajenos o en las ciudades: trabajaban a cambio de un jornal.

La modernización de la sociedad

Cambios en la población
La llegada de inmigrantes a la Argentina provocó un crecimiento demográfico sin precedentes. La mayor parte se concentró en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. En el interior, Mendoza y Tucumán atrajeron inmigrantes. El resto de las provincias prácticamente no recibió población extranjera y en algunas el número de habitantes disminuyó.
También cambió la estructura demográfica. La inmigración modificó la edad promedio y el sexo de los habitantes argentinos, porque la mayoría de las personas que llegaban eran hombres adultos.

Otro cambio poblacional producido por la inmigración fue el crecimiento de la población urbana. Este aumento en la población urbana implicó, a su vez, una serie de transformaciones en las ciudades. La más importante fue el surgimiento de centros urbanos nuevos, de más de 2.000 habitantes, que hasta entonces no existían. Así, en la provincia de Santa Fe, por ejemplo, mientras en 1869 había solo 6 ciudades, en 1896 el número ascendía a 136. 

Transformación en las ciudades
Los grandes centros urbanos se modernizaron, esto fue claro en la ciudad de Buenos Aires, donde se desarrolló un sistema de transportes modernos (tranvías, ferrocarriles y subterráneos) y se extendió la iluminación eléctrica. En Rosario, la transformación fue radical. Alcanzó el estatus de ciudad recién durante la segunda mitad del siglo XIX y rápidamente, superó a la capital provincial en cantidad de habitantes. En esos años, la infraestructura de la ciudad cambió: se modernizó el puerto y llegaron líneas ferroviarias. Además, se transformó el espacio público, se inauguraron parques y plazas, y se trazaron bulevares.
Debido a que la población crecía más rápido que las ciudades, la oferta de viviendas resultaba insuficiente y cara. Por eso, era habitual que en las ciudades medianas y grandes hubiera hacinamiento, lo que facilitaba la difusión de enfermedades. En este contexto, surgieron los conventillos, que eran casas grandes en las que se alquilaban habitaciones. En cada habitación vivían muchas personas. El baño y la cocina debían ser compartidos por todos los habitantes del conventillo.
Tranvía de la compañía La Capital, que unía la plaza de Mayo con el barrio porteño de Flores.

Una nueva jerarquía social
Otro cambio social importante fue que surgieron nuevas clases sociales.

Burguesía: Estaba formada por las personas más ricas. Muchos eran terratenientes, empresarios dedicados a la exportación de cereales, banqueros o industriales. Era la clase social dominante y, en ese período, sus miembros más poderosos lograron controlar el gobierno.


Clase media: sus miembros se dedicaban a diferentes ocupaciones. Estaba conformada por los pequeños y medianos productores rurales –propietarios de sus tierras o arrendatarios-, profesionales, comerciantes y propietarios de talleres y fábricas pequeñas. Los más prósperos lograron amasar pequeñas fortunas, mientras que otros vivían con menos recursos.

Clase obrera: Estaba formada por los trabajadores asalariados del campo y de la ciudad: jornaleros, trabajadores ferroviarios y portuarios, obreros fabriles y de la construcción.






La movilidad social
El lugar de cada persona ocupaba en la jerarquía social no era estático. Muchos obreros conseguían armar pequeños talleres y comenzar a trabajar de manera independiente. Si tenían éxito, podían convertirse en dueños de una fábrica. Lo mismo sucedía con los arrendatarios cuando tenían éxito y conseguían comprar tierras. En estos casos, tenía lugar un ascenso en la escala social.
Sin embargo, en ocasiones, se producía también el movimiento inverso. Debido a las malas cosechas, muchos arrendatarios se endeudaban y perdían las tierras: pasaban, así, a formar parte de la clase obrera.

Las mujeres
Hacia 1880, las leyes mantenían a las mujeres en una posición subordinada: por ejemplo, les impedían trabajar sin el permiso de sus esposos.
Sin embargo, las mujeres comenzaron a ocupar otros lugares en la sociedad. Así, era habitual que las mujeres de la clase obrera debieran trabajar. Mientras tanto, algunas integrantes de la clase media y la burguesía empezaron a estudiar en las universidades. Pronto las mujeres comenzaron a organizarse para demandar igualdad de derechos respecto de los hombres, como el derecho al voto.

Los conflictos sociales

La prosperidad no alcanza a todos
La prosperidad económica no alcanzó a todos los miembros de la sociedad. Muchos inmigrantes no pudieron adquirir tierras y debieron trabajar como obreros. Por otra parte, las condiciones de trabajo de la clase obrera eran muy malas. En general, la jornada laboral duraba más de doce horas, y los salarios apenas alcanzaban para pagar la comida y el alquiler de los hogares. Para empeorar la situación, cada vez había menos trabajo. Este problema se agravó en 1890, cuando una crisis generó más desocupación.
La vida cotidiana también era complicada para los trabajadores. Debido a la insuficiencia de viviendas, el precio de los alquileres aumentaba. Todos estos factores provocaron tensiones y conflictos sin precedentes en la Argentina.

Sin pan y sin trabajo (1894), de Ernesto de la Cárcova, representa la bronca de un obrero que no consigue empleo, en un contexto de crisis. 

La organización obrera
Poco a poco, los trabajadores empezaron a tomar medidas para mejorar sus condiciones. Con el objetivo de defender sus intereses y luchar por sus reclamos, se organizaron en gremios.
El primer gremio, fundado en 1878, fue la Unión Tipográfica, que reunía a los trabajadores de las imprentas. Mas tarde se crearon gremios de casi todos los oficios. Su herramienta de lucha principal eran las huelgas: interrumpir el trabajo hasta que los empresarios resolvieran sus reclamos.
Más tarde, los gremios del país se reunieron en organizaciones mayores. En 1901 fundaron la FOA (Federación Obrera Argentina), que, en 1914, cambió su nombre por FORA (Federación Obrera Regional Argentina). En 1902, algunos gremios se retiraron de la FOA y crearon la UGT (Unión General de Trabajadores).

Asamblea de obreros marineros y foguistas en su local gremial


Las ideologías de la clase obrera
Dentro del movimiento obrero, surgieron grupos políticos que cuestionaban la organización social del país: los anarquistas y los socialistas.
- Anarquistas: aspiraban a construir una sociedad igualitaria mediante una revolución que destruyera al Estado y repartiera la tierra y las fábricas entre los trabajadores. Por eso, se oponían a las elecciones. Para conseguir sus objetivos, organizaron gremios, bibliotecas y centros de estudio. Su medio de lucha principal eran las huelgas, porque creían que una huelga general de todos los trabajadores iniciaría la revolución.
- Socialistas: consideraban que la sociedad podía transformarse mediante leyes que beneficiaran a los trabajadores. Por eso, en 1896, formaron el Partido Socialista y comenzaron a presentarse en las elecciones. Al igual que los anarquistas, promovían la organización gremial, pero consideraban que las huelgas solo servían para conseguir mejoras inmediatas.

Conflictos en el campo
Los arrendatarios tuvieron conflictos con los propietarios de la tierra por las condiciones de los contratos de arrendamiento. En general, el alquiler era elevado y debían pagarlo con la mejor parte de la cosecha.
En 1912, en Alcorta, un pueblo de Santa Fe, se organizó una protesta que se llamó el Grito de Alcorta. Los arrendatarios dejaron de cultivar y reclamaron una reducción del precio de los alquileres. Pronto, el movimiento se extendió por el resto de la región pampeana. Aunque no lograron su objetivo, los arrendatarios formaron la Federación Agraria para defender sus intereses.

La cuestión social
La realización social de las huelgas preocupó al Estado. La “cuestión social” como se llamó a los conflictos, fue abordada de formas diversas.
La medida inmediata fue la represión policial contra los huelguistas. Luego se sancionó la Ley de residencia: a través de ella, el Poder ejecutivo podía expulsar del país a los extranjeros que “perturbaran el orden público”. La expulsión era arbitraria: quedaba a criterio del presidente y se realizaba sin juicio previo.
En contrapartida, el gobierno elaboró también leyes laborales que reglamentaron el trabajo de mujeres y niños, y establecieron el descanso dominical.




La modernización del país

Los transportes

El modelo agroexportador requería un sistema de transporte moderno y confiable. Los productos primarios debían llegar de manera rápida y segura al puerto  para ser embarcados a Europa. La clase gobernante argentina reconoció esta necesidad. Por eso, se inició el proyecto de integrar el país por medio del ferrocarril.  

Los ferrocarriles
el tendido de rieles era una tarea compleja. la maquinaria era muy costosa, por lo que el país necesitó ayuda externa para modernizar su infraestructura. El Estado argentino firmó acuerdos con inversores extranjeros para que financiaran la red ferroviaria argentina. A cambio, les garantizó que tendrían ganancias seguras. los trenes llegaron primero a las zonas más productivas, porque el objetivo inmediato era incrementar la exportación de materias primas. Luego, con el apoyo estatal, se extendió hacia zonas más atrasadas. A principios del siglo XX, todas las capitales de provincia estaban conectadas: la Argentina contaba con uno de los sistemas ferroviarios más extensos del mundo. 


En el mapa se observa la Red Ferroviaria Argentina, el tendido de la red sigue un esquema radial, donde las líneas principales confluyen en la Ciudad de Buenos Aires. Su desarrollo se relaciona en gran medida en el modelo económico agroexportador de la región pampeana.

Para el año 1870 -en un país que apostaba a participar del mundo a través de la exportación de materias primas semielaboradas y de la importación de productos manufacturados- ya se habían construido 772 kilómetros de vías férreas. Desde entonces, y hasta el año 1914, la red ferroviaria argentina siguió extendiéndose gracias a la inversión de capitales argentinos, ingleses y franceses. Hacia la década del 40 ya había alcanzado los 55.000 km., transformándose en una de las redes más grandes y desarrolladas del mundo.


Los puertos
Las instalaciones portuarias también fueron modernizadas. El puerto de Buenos Aires transformó su estructura con la realización de obras en el Riachuelo y con la construcción de Puerto Madero. Estas obras permitieron que la ciudad recibiera más barcos y efectuara más cargamentos. Por su parte, Rosario y Bahía Blanca construyeron puertos propios que las convirtieron en otros puntos de salida de la producción primaria. De todas maneras, las tres cuartas partes del comercio exterior siguieron pasando por el puerto de Buenos Aires. Finalmente, junto a los puertos se construyeron instalaciones para almacenar los productos que luego se exportarían.  


La formación de una industria nacional

El crecimiento económico elevó el nivel de ingresos de la población. Esta mejoría generó la demanda de bienes manufacturados. La mayoría de esos productos provenía de países europeos. Sin embargo, comenzó a desarrollarse también una industria local. 
Los sectores industriales más importantes fueron la alimentación y el vestido, ya que su producción era sencilla y tenían un mercado asegurado en las grandes ciudades. Además, se desarrollaron algunas industrias vinculadas a la exportación, como los molinos y los frigoríficos. También surgieron algunas industrias que proveían a las producciones regionales. Por ejemplo, la fabricación de toneles para la producción vitivinícola. 
La producción manufacturera se realizó en diferentes tipos de instalaciones. Los talleres, que daban trabajo a pocas decenas de empleados, fueron la organización más común, Las empresas grandes, propiedad de compañías extranjeras o de industriales argentinos, eran más eficientes pero menos numerosas. En esa época, era habitual que pequeños emprendimientos lograran transformarse en fábricas grandes: por ejemplo, Bagley y Canale. 

 
La Fábrica Argentina de Alpargatas se inició como una pequeña sociedad en 1883. Hacia 1890, vendía sus productos en Uruguay, y en 1907, fundó una filial en Brasil. Su crecimiento y expansión fue un caso atípico para la industria argentina de la época. 


La gran inmigración (parte 1)
La gran inmigración (parte 2)
La gran inmigración (parte 3)

La gran inmigración (1880-1914)

martes, 26 de junio de 2018

20 de Junio: Día de la Bandera


Manuel Belgrano, mucho más que el creador de la bandera

Fuente: Felipe Pigna.
“Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria; me contentaría con ser un buen hijo de ella.”
Manuel Belgrano
La otra historia ha condenado a Manuel Belgrano a no ser. Belgrano no tiene día en el calendario oficial. El día de su muerte es el día de la bandera. Y ya sabemos de la importancia que el símbolo patrio adquiere entre nosotros más allá de los festejos deportivos y las declamaciones patrioteras de ocasión. No nos han enseñado con ejemplos a querer nuestra bandera, ha sido violada y usurpada por los gobiernos genocidas que han hecho abuso de su uso. Hay que recuperarla para nosotros. Es esa una tarea imprescindible pero larga y, mientras tanto, Belgrano sigue sin ser recordado como se merece.
Manuel Belgrano, uno de los más notables economistas argentinos, precursor del periodismo nacional, impulsor de la educación popular, la industria nacional y la justicia social entre otras muchas cosas, ha sido condenado a convertirse en una especie de sastrecillo valiente.
La operación es simple. Se trata claramente de un ideólogo de la subversión americana y no conviene que desde la más tierna infancia, los niños aprendan a honrar la memoria de pensadores, innovadores y revolucionarios, portadores, como en este caso, de una coherencia meridiana entre sus dichos y sus hechos.
Las ideas de Belgrano estaban cargadas de profunda sensibilidad social como lo demuestra este informe al consulado: “He visto con dolor, sin salir de esta capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudez; una infinidad de familias que sólo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es, la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga alguna más comodidad en su vida. Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”.
Pero no se quedaba en la crítica, proponía inmediatamente la solución: “la lana, el algodón, otras infinitas materias primeras que tenemos y podemos tener con nuestra industria, pueden proporcionar mil medios de subsistencia a estas infelices gentes que, acostumbradas a vivir en la ociosidad, como llevo expuesto, desde niños, les es muy penoso el trabajo en la edad adulta, y son y resultan unos salteadores o unos mendigos”.
Belgrano fue el primero por estos lares en proponer una verdadera Reforma Agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos: “es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades ( …) que se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colindaras con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen  ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan…”.
El 1º de septiembre de 1813, La Gaceta 1 publicó un artículo que Belgrano había escrito unos años antes y que no pudo pasar la censura del período colonial. Es un documento de un valor extraordinario donde aparece expresada una conciencia política que dejaba atrás a cualquier pensador de su tiempo. Decía don Manuel Belgrano: “Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios  comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. (…) Existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las leyes impuestas por los otros. Los socorros que la clase de propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad, le parecen tan necesarios como el suelo mismo que poseen; pero favorecida por la concurrencia, y por la urgencia de sus necesidades, viene a hacerse el árbitro del precio de sus salarios, y mientras que esta recompensa es proporcionada a las necesidades diarias de una vida frugal, ninguna insurrección combinada viene a turbar el ejercicio de una semejante autoridad. El imperio de la propiedad es el que reduce  a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”.
En sus Escritos económicos hay notables párrafos dedicados a la educación: “Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente educación!”
Mientras su primo, el también morenista Juan José Castelli, decretaba la libertad e igualdad de los indios y el fin del tributo y los servicios personales en el Alto Perú, Belgrano hacía lo propio con los naturales de las Misiones. En el camino hacia el Paraguay redactó las bases del primer proyecto constitucional del Río de la Plata: el Reglamento para el régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 pueblos de las Misiones, firmado el 30 de diciembre en el campamento de Tacuarí,  fue agregado por Juan Bautista Alberdi en 1853 como una de las bases de la Constitución Nacional.
Para que no quedaran dudas sobre sus intenciones decía Belgrano en la introducción de este extraordinario documento: “A consecuencia de la Proclama que expedí para hacer saber a los Naturales de los Pueblos de las Misiones, que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: ‘estos son los bienes que he heredado de mis mayores’. (…) Mis palabras no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos, y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir”.
Los ricos de la Argentina, enriquecidos a costa del país y del trabajo de su gente, se enorgullecen en decir que Belgrano murió pobre. Según sus leyes de la obediencia y el ejemplo, no hay nada mejor para los demás que morir pobre. Aprender a morir como se nace, sin disputarles los ataúdes de roble, los herrajes de oro, las necrológicas de pago y las exclusivas parcelas en los cementerios privados, es una gran virtud, en la escala de valores de los que viven de la Bolsa de valores.
El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras “familias patricias” dicen admirar en los demás pero que no forman parte de su menú de opciones. Ellas, por su parte, morirán mucho más ricas de lo que nacieron porque el resto de los argentinos morirá mucho más pobre. Leyes de las matemáticas, de la suma y de la resta.
Claro que omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su capital económico y humano en la revolución. No dicen que Belgrano no se resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le correspondía: sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción de escuelas y que le fueron robados por los perpetradores de la administración pública.
Tampoco nos recuerdan que Belgrano no se cansó de denunciarlos y no ahorró epítetos para con ellos. Los llamó “parásitos”, “inútiles”, “especuladores” y “partidarios de sí mismos” entre otras cosas.
Las banderas de Belgrano, la de la honestidad, la coherencia, la humildad llena de dignidad, los siguen denunciando.
Referencias:
1 José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, estados: orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Buenos Aitres, Ariel Historia, 19.
https://www.elhistoriador.com.ar/manuel-belgrano-mucho-mas-que-el-creador-de-la-bandera/

miércoles, 20 de junio de 2018

17 de Junio: Paso a la inmortalidad del Gral. Martín Miguel de Güemes


Martín Miguel de Güemes, el líder de la guerra gaucha que frenó el avance español con sus tácticas guerrilleras, nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Estudió en Buenos Aires, en el Real Colegio de San Carlos. A los catorce años ingresó a la carrera militar y participó en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas como edecán de Santiago de Liniers. En esas circunstancias fue protagonista de un hecho insólito: la captura de un barco por una fuerza de caballería. Una violenta bajante del Río de la Plata había dejado varado al buque inglés “Justine” y el jefe de la defensa, Santiago de Liniers ordenó atacar el barco a un grupo de jinetes al mando de Martín Güemes.
Tras la Revolución de Mayo, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú y formó parte de las tropas victoriosas en Suipacha. Regresó a Buenos Aires y colaboró en el sitio de Montevideo.
Pero Güemes no olvidaba su Salta natal, a la que volverá definitivamente en 1815. Gracias a su experiencia militar, pudo ponerse al frente de la resistencia a los realistas, organizando al pueblo de Salta y militarizando la provincia. El 15 de mayo de 1815 fue electo como gobernador de su provincia, cargo que ejercerá hasta 1820.
A fines de noviembre de 1815, tras ser derrotado en Sipe Sipe, Rondeau intentó quitarle 500 fusiles a los gauchos salteños. Güemes se negó terminantemente a desarmar a su provincia. El conflicto llegó a oídos del Director Supremo Álvarez Thomas quien decidió enviar una expedición al mando del coronel Domingo French para mediar en el conflicto y socorrer a las tropas varadas en el norte salteño a cargo de Rondeau, quién parecía más preocupado por escarmentar a Güemes y evitar el surgimiento de un nuevo Artigas en el Norte que por aunar fuerzas y preparar la resistencia frente al inminente avance español. Finalmente, el 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires.
Dos días después, iniciaba sus sesiones el Congreso de Tucumán que designó Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón. El nuevo jefe del ejecutivo viajó a Salta ante las críticas y sospechas de muchos porteños, que dudaban de la capacidad militar de Güemes y sus gauchos. Pueyrredón quedó tan conforme que ordenó que el ejército del Norte se retirara hasta Tucumán y ascendió al caudillo salteño al grado de coronel mayor.
San Martín apoyó la decisión de Pueyrredón y confirmó los valores militares y el carisma de Güemes y le confió la custodia de la frontera Norte. Dirá San Martín: “Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado“.
Belgrano también valoraba la acción de Güemes. De esta forma nació entre ellos una gran amistad. Esto expresó Güemes a su amigo en una carta: “Hace Ud. Muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
El jefe de las fuerzas realistas, general Joaquín de la Pezuela, envió una nota al virrey del Perú, señalándole la difícil situación en que se encontraba su ejército ante la acción de las partidas gauchas de Güemes. Su plan es de no dar ni recibir batalla decisiva en parte alguna, y sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos. Observo que, en su conformidad, son inundados estos interminables bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con trescientos fusileros que al abrigo de la continuada e impenetrable espesura, y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos por respetables que sean, a arrebatar de improviso cualquier individuo que tiene la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento, y burlan, ocultos en la mañana, las salidas nuestras, ponen en peligro mi comunicación con Salta a pesar de dos partidas que tengo apostadas en el intermedio; en una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial.
A principios de 1817, Güemes fue informado sobre los planes del Mariscal de la Serna de realizar una gran invasión sobre Salta. Se trataba de una fuerza de 3.500 hombres integrada por los batallones Gerona, Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión. Eran veteranos vencedores de Napoleón. Güemes puso a la provincia en pie de guerra. Organizó un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres.
El 1º de marzo de 1817, Güemes logró recuperar Humahuaca y se dispuso a esperar la invasión. Los realistas acamparon en las cercanías. Habían recibido refuerzos y ya sumaban 5.400. La estrategia de Güemes será una aparente retirada con tierra arrasada, pero con un permanente hostigamiento al enemigo con tácticas guerrilleras. En estas condiciones las fuerzas de La Serna llegaron a Salta el 16 de abril de 1817. El boicot de la población salteña fue absoluto y las tropas sufrieron permanentes ataques relámpago. El general español comenzó a preocuparse y sus tropas empezaron a desmoralizarse. No lo ayudaron las noticias que llegaron desde Chile confirmando la victoria de San Martín en Chacabuco. De la Serna decidió emprender la retirada hacia el Alto Perú.
Las victorias de San Martín en Chile y de Güemes en el Norte permitían pensar en una lógica ofensiva común del ejército del Norte estacionado en Tucumán a las órdenes de Belgrano y los gauchos salteños hacia el Alto Perú. Pero lamentablemente las cosas no fueron así. La partida de San Martín hacia Lima, base de los ejércitos que atacaban a las provincias norteñas, se demorará en Chile por falta de recursos hasta agosto de 1820. Belgrano, por su parte, será convocado por el Directorio para combatir a los artiguistas de Santa Fe. Güemes y sus gauchos estaban otra vez solos frente al ejército español.
En marzo de 1819, se produjo una nueva invasión realista. Güemes se preparaba nuevamente a resistir. Sabía que no podía contar con el apoyo porteño: su viejo rival José Rondeau era el nuevo Director Supremo de las Provincias Unidas. La prioridad de Rondeau no era la guerra por la independencia sino terminar con el modelo artiguista en la Banda Oriental, que proponía federalismo y reparto de tierras. El nuevo director llegó a ordenarle a San Martín abandonar su campaña libertadora hacia el Perú y regresar a Buenos Aires con su ejército para reprimir a los federales. San Martín desobedeció y aclaró que nunca desenvainaría su espada para reprimir a sus compatriotas.
El panorama de la provincia de Salta era desolador. La guerra, permanente, los campos arrasados y la interrupción del comercio con el Alto Perú habían dejado a la provincia en la miseria. Así lo cuenta Güemes en una carta a Belgrano: “Esta provincia no me representa más que un semblante de miseria, de lágrimas y de agonías. La nación sabe cuántos y cuán grandes sacrificios tienen hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y que a costa de fatigas y de sangre ha logrado que los demás pueblos hermanos conserven el precio de su seguridad y sosiego; pues en premio de tanto heroísmo exige la gratitud que emulamos de unos sentimientos patrióticos contribuyan con sus auxilios a remediar su aflicción y su miseria”. Pero los auxilios no llegaron nunca y la situación se hacía insostenible porque las clases altas de Salta le retaceaban su apoyo por el temor de aumentar el poder de Güemes y por la desconfianza que le despertaban las partidas de gauchos armadas a las que sólo toleraban ver en su rol de peones de sus haciendas.
En 1820, la lucha entre las fuerzas directoriales y los caudillos del Litoral llegó a su punto culminante con la victoria de los federales en Cepeda. Caían las autoridades nacionales y comenzaba una prolongada guerra civil. En ese marco, se produjo una nueva invasión española. En febrero, el general Canterac ocupó Jujuy y a fines de mayo logró tomar la ciudad de Salta. San Martín, desde Chile, nombró a Güemes y le pidió que resistiera y le reiteró su absoluta confianza nombrándolo Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. A Canterac no le irá mejor que a La Serna: terminará retirándose hacia al Norte.
El año 1821, fue sumamente duro para Güemes porque a la amenaza de un nuevo ataque español se sumaron los problemas derivados de la guerra civil. Güemes debía atender dos frentes militares: al Norte, los españoles; al Sur, el gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz que, aliado a los terratenientes salteños, hostigaba permanentemente a Güemes, quién sería derrotado el 3 de abril de 1821. El Cabildo de Salta, dominado por los sectores conservadores, aprovechó la ocasión para deponer a Güemes de su cargo de gobernador. Pero a fines de mayo Güemes irrumpió en la ciudad con sus gauchos y recuperó el poder. Todos esperaban graves represalias, pero éstas se limitaron a aumentar los empréstitos forzosos a sus adversarios.
Estas divisiones internas debilitaron el poder de Güemes y facilitaron la penetración española en territorio norteño. Los sectores poderosos de Salta no dudaron en ofrecer su colaboración al enemigo para eliminar a Güemes.
El coronel salteño a las órdenes del ejército español José María Valdés, alias “Barbarucho”, buen conocedor del terreno, avanzó con sus hombres y ocupó Salta el 7 de junio de 1821. Valdés contó con el apoyo de los terratenientes salteños, a los que les garantizó el respeto a sus propiedades.
Güemes estaba refugiado en casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, “Macacha”. Al escuchar unos disparos, decidió escapar a caballo pero, en la huída, recibió un balazo en la espalda. Llegó gravemente herido a su campamento de Chamical con la intención de preparar la novena defensa de Salta. Reunió a sus oficiales y les transfirió el mando y dio las últimas indicaciones. Murió el 17 de junio de 1821 en la Cañada de la Horqueta. El pueblo salteño concurrió en masa a su entierro en la Capilla de Chamical y el 22 de julio le brindó el mejor homenaje al jefe de la guerra gaucha: liderados por el coronel José Antonio Fernández Cornejo, los gauchos de Güemes derrotaron a “Barbarucho” Valdés y expulsaron para siempre a los españoles de Salta.

lunes, 14 de mayo de 2018

Construcción del Estado nacional

La formación del Estado Nacional (1852 – 1880)

Luego de Pavón, los sectores dominantes porteños liderados por Bartolomé Mitre renovaron el intento de conformar una alianza que incluyera a las élites del litoral y el interior con el objeto de organizar un gobierno central.
Las instituciones preexistentes, los recursos económicos provenientes de la economía agroexportadora y las condiciones del mercado mundial, en el que el capital inglés era central, crearon las condiciones necesarias para la organización del Estado Nacional. Este complejo proceso se fue asentando alternativamente sobre la búsqueda de consensos y el uso de la violencia.
En este período, y con el fin de afirmarse en el imaginario social, el Estado concentró poderes y funciones que hasta entonces eran ejercidos por diferentes actores sociales. Este proceso se llevó a cabo durante las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, quienes desplegaron, entre 1862 y 1880, acciones tendientes a conocer la sociedad e imponer la autoridad del Estado en todo el territorio.
Con este propósito se consideró necesario poner fin al poder de los ejércitos provinciales a través de la creación de una fuerza militar unificada, un Ejército Nacional, cuyo poder represivo pudiese eliminar todo foco de resistencia del interior y también avanzar sobre los territorios de los pueblos originarios despojándolos e incorporando así tierras y mano de obra al nuevo orden económico-social.
Durante este período, y con el objetivo de que el país asumiera su rol en la división internacional del trabajo, el Estado canalizó inversiones en infraestructura para facilitar la entrada y salida de productos primarios con destino al mercado mundial –el telégrafo y el ferrocarril serán los símbolos de estas políticas–, al tiempo que fomentó la inmigración de trabajadores europeos.
Para desarrollar estas nuevas funciones, se extendió el aparato administrativo y burocrático, que logró tener presencia en todas las regiones del país. También, y a medida que se delimitaban las fronteras, se desarrollaron políticas para crear una identidad común y legitimar el proyecto en marcha.
En estos años, las autoridades nacionales fueron huéspedes de Buenos Aires por lo que, al finalizar su gobierno, Avellaneda propuso resolver la cuestión de la Capital de la República. El Congreso finalmente aprobó la Ley de Federalización de Buenos Aires, lo que generó la reacción del autonomismo porteño en la forma de un levantamiento armado. Este movimiento fue vencido por el Ejército Nacional en 1880 y desde entonces la ciudad de Buenos Aires es la capital de la República Argentina.

El estudio de este capítulo comprende los siguientes temas:

Pacto de San Nicolás  
Guerra del Paraguay 
“Conquista del Desierto” 
Confederación Argentina 
Estado de Buenos Aires 
Presidencias de: Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda 
Justo José de Urquiza 
Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza 
Felipe Varela

Ver la historia: La conformación del Estado Nacional (1852-1880)


La guerra de la Triple Alianza

Entre 1865 y 1870, Argentina, Brasil y Uruguay libraron una larga y trágica guerra contra Paraguay. 
EL conflicto se inició a partir de un incidente ocurrido en 1864, cuando el general uruguayo Venancio Flores derrocó al presidente de su país. El movimiento, organizado en Buenos Aires, contó con el apoyo de tropas brasileñas que entraron en territorio uruguayo. Francisco Solano López, presidente paraguayo, solicitó permiso para que sus tropas pudieran atravesar Corrientes en ayuda del presidente uruguayo depuesto. Mitre negó la autorización y el Paraguay le declaró la guerra a la Argentina. En respuesta, los gobiernos de Uruguay, Brasil y Argentina firmaron un tratado que constituyó la Triple Alianza. 
La guerra se extendió durante cinco años y representó un estímulo muy fuerte para la organización del Ejército Nacional. También, provocó numerosos conflictos en el país. 

Asalto de la 3era columna argentina a Curupaytí, de Cándido López (1893). En esa batalla, las tropas paraguayas obtuvieron una victoria. 

  Niños paraguayos en la guerra. 
Miles de niños con barbas postizas, fueron enviados a la batalla contra las tropas brasileras en la guerra contra el Paraguay.
Miles de niños fueron masacrados, mutilados, quemados.
Dicen que después de la batalla de Acosta Ñu las madres fueron al campo a recoger los cuerpos de sus hijos, que derramados en el suelo paraguayo, parecían niños durmiendo después de un día intenso de juegos.
En Argentina, Sarmiento expresó su satisfacción: "La guerra del Paraguay concluye por la simple razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de diez años".

video: La guerra del Paraguay


La conquista del "desierto"

Los pensadores de la época proponían poblar el “desierto”, que se suponía deshabitado. No eran numerosos los habitantes, pero había pobladores. Estos habitantes eran los indígenas. El saldo de la “conquista del desierto” fue de miles de indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre, y la ocupación de quince mil leguas cuadradas, que se destinarían a la agricultura y la ganadería. Las enfermedades, la pobreza y el hambre aceleraron la mortandad de los indígenas patagónicos sobrevivientes.
El Historiador (adaptación). 

La relación entre los gobiernos criollos y los pueblos originarios de la Patagonia fue siempre problemática. Aunque por momentos era pacífica, hacia 1870, los conflictos se generalizaron.
En 1875, Adolfo Alsina, ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, propuso un avance paulatino hacia el sur, mediante el establecimiento de poblados, fortines y zanjas. Cuando Alsina falleció, en 1877, lo sucedió en el cargo Julio Argentino Roca. El nuevo ministro de Guerra consideraba que el plan de Alsina era inútil y adoptó una estrategia más agresiva: el ejército marcharía y sometería a los pobladores por la fuerza.
Los políticos de la época llamaron a esta campaña conquista del "desierto". Sin embargo, en realidad, fue una campaña de expulsión y exterminio de los pueblos originarios; y no había un desierto, sino una región fuera del control del Estado. 

La vuelta del malón - Ángel Della Valle


La vuelta del malón fue exhibida por primera vez en 1892 en una ferretería de Buenos Aires. Cuentan los diarios de la época que las señoras que en esos días pasaban por la vidriera del local volvían a sus casas aterradas. La pintura de Ángel Della Valle era enorme, y la escena, espeluznante. En ella los indios son el demonio que galopa a los gritos por la pampa en un amanecer lluvioso. Han saqueado una iglesia y llevan consigo cruces, cálices, maletines y hasta ¡cabezas!; el cielo tormentoso, que apenas deja asomar un poco de luz, es señal del carácter oscuro del malón. El mundo civilizado, en cambio, está representado por la cautiva, una mujer indefensa de piel blanca como el mármol que, del susto, se ha desmayado sobre su musculoso captor. El cuadro fue pintado para celebrar los cuatrocientos años de la llegada de Colón a América, y en él aparece un problema que divide a nuestro país desde entonces: la idea de la civilización y la barbarie como enemigos acérrimos.

* Esta mirada sobre la obra fue escrita por María Gainza.

La conquista del desierto, cuadro de Juan Manuel Blanes


Indios cautivos

Recorte del diario La Nación - Octubre 1878




Los levantamientos federales

El avance de la autoridad del Estado sobre las provincias provocó la resistencia de algunos caudillos federales del interior. Estos no estaban de acuerdo con que Buenos Aires centralizara el poder del Estado y temían por la pérdida de autonomía de las provincias.
En algunas de las provincias, la resistencia se transformó en rebeliones armadas contra el gobierno nacional. Las fuerzas de los caudillos rebeldes se llamaban "montoneras". Los gauchos del Interior se incorporaban a las montoneras porque se identificaban con las ideas federales y responsabilizaban al gobierno nacional por sus malas condiciones económicas. 
El primer levantamiento fue el de Ángel Vicente "Chacho" Peñaloza, un caudillo de La Rioja. En 1866, se inició otra rebelión contra las levas obligatorias de tropas para luchar en la guerra del Paraguay. Los jefes de este levantamiento fueron Felipe Saá, Juan de Dios Videla y Felipe Varela. Cuando los jefes federales se unieron para atacar Buenos Aires, Mitre, al mando del Ejército Nacional, logró vencerlos. Esta victoria puso fin al último intento de rebelión generalizada en el Interior.  


Las presidencias históricas

Entre 1862 y 1880, gobernaron tres presidentes constitucionales que impulsaron transformaciones: Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda. 

La presidencia de Bartolomé Mitre (1862-1868)

Bartolomé Mitre debió afrontar varios desafíos al llegar al poder, ya que el país estaba dividido y devastado por años de guerra civil. Un primer problema fue la falta de códigos nacionales. Si bien existían leyes, eran particulares para cada provincia, y un país unificado necesitaba una legislación conjunta. En 1862, el Senado decidió adoptar el Código de Comercio de Buenos Aires, redactado por los abogados Dalmacio Vélez Sarsfield y Eduardo Acevedo. Su función era regular las bases del comercio y de sus actividades. El Código Civil, también redactado por Vélez Sarsfield, sería promulgado recién en 1871.
Otro problema era la creación de fuerzas armadas modernas y profesionales. El presidente Mitre reunió a la Guardia Nacional de Buenos Aires, que había peleado en las batallas de Cepeda y de Pavón, y a las fuerzas más importantes de la Confederación en el Ejército Nacional. 
Además de presidente, Mitre continuaba siendo el líder del Partido Nacionalista, por lo cual estaba enfrentado a los autonomistas de Alsina. En las elecciones, Alsina decidió aliarse con Sarmiento, quien contaba con el apoyo de varias provincias y del Ejército. 

La presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-1874)

Una de las primeras medidas que adoptó Sarmiento fue la realización del primer censo de la Argentina, en 1869. Entre otras cosas, el recuento de población demostró que había un 71% de analfabetos. Sarmiento creía que la educación era imprescindible para mantener unida a la población y para favorecer el progreso económico y social. 
Por eso, inauguró más de 800 escuelas primarias e impulsó la creación de institutos para formar docentes. Durante su presidencia, la cantidad de alumnos se elevó de 30.000 a 100.000. Además, fundó el Colegio Militar y la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
En 1871, una epidemia de fiebre amarilla golpeó a Buenos Aires. Una vez superada, Sarmiento impulsó la modernización y el saneamiento de la ciudad. Además, realizó importantes obras de transporte y comunicación: expandió los ferrocarriles, tendió líneas de telégrafos y mandó construir puertos nuevos, como los de San Pedro y Zárate.
En el plano internacional, firmó la paz de la guerra de la Triple Alianza. 

La presidencia de Nicolás Avellaneda (1874-1880)

Durante su gestión, Nicolás Avellaneda mantuvo el interés por la educación: por ejemplo, les otorgó autonomía académica a las universidades. Esto le dio la capacidad de confeccionar sus planes de estudio. 
La presidencia de Avellaneda estuvo marcada por los efectos de la crisis económica que se desencadenó en Europa y en los Estados Unidos en 1873. Al reducirse el precio de las materias primas que la Argentina exportaba y aumentar el de las manufacturas que importaba, los problemas comenzaron a multiplicarse. Debido a esto, se decidió cerrar las importaciones, reducir la cantidad de empleados públicos y rebajar los salarios de los que quedaban. El objetivo era que la Argentina pudiese pagar la deuda externa. La situación comenzó a cambiar cuando volvió a aumentar el precio de la lana.
Para apoyar el desarrolló agropecuario, en 1876 se creó la Dirección General de Inmigración, que favoreció la llegada de europeos.
Además, se intentó regular el acceso a las tierras para que los colonos pudieran trabajarlas. Sin embargo, los espacios rurales continuaron concentrados en pocas manos y fueron objeto de especulación.